Tyren Sealess
A fullmetal heart.
Me he dado cuenta de que...
Aunque no voy a hacer nada para celebrarlo, pero bueh.
He aquí los distintos 23 ocultos en mi relato:
- Acaba a las 11 de la noche (23:00).
- La nota final de los Veintitrés tiene 23 palabras.
- Todos los números distintos de 23 que hay en el relato suman 23.
- La 23ª letra del alfabeto cirílico es la J (escrita X). La 23ª palabra de mi diccionario ruso-español que empieza por J se traduce como "calendario judicial". Y las palabras "calendario judicial" ocupan los puestos 23º y 24º del relato.
Ahora demos paso a lo que estábais esperando:
¡¡¡LA BIBLIOTECA OLVIDADA HA CUMPLIDO UN AÑO!!!
He aquí los distintos 23 ocultos en mi relato:
- Acaba a las 11 de la noche (23:00).
- La nota final de los Veintitrés tiene 23 palabras.
- Todos los números distintos de 23 que hay en el relato suman 23.
- La 23ª letra del alfabeto cirílico es la J (escrita X). La 23ª palabra de mi diccionario ruso-español que empieza por J se traduce como "calendario judicial". Y las palabras "calendario judicial" ocupan los puestos 23º y 24º del relato.
Ahora demos paso a lo que estábais esperando:
Un trocito más del Submundo con el que, a la vez de crear un nuevo personaje, entran en escena Ileas Aisstrom y un misterioso villano...
La sala era blanca. Flotaba. Ardía. No podía moverse.
Se había levantado con la certeza de que algo malo iba a pasar. Sin embargo, ese día parecía normal. Katy Rogers fue al instituto como cualquier día y tras ello comió. Después fue a casa de su amiga Samantha, Sam, para hacer un trabajo. Era sabido de todos que el padre de esa chica había sido mafioso, pero se había alejado de ese mundo. Había pagado multas. Saldado sus deudas. Devuelto favores.
Ese día Katy descubrió que no fue así.
Mientras hacían el trabajo, llamaron a la puerta. Sam fue a ver quién era. Katy la siguió. El padre abrió la puerta. Era el cartero, con un paquete. El ex-mafioso lo cogió y fue al salón. Las chicas le siguieron. Entonces el hombre gritó algo y tiró el paquete al suelo.
El piso neoyorquino explotó.
Se ahogaba en un líquido negro, denso. Si intentaba gritar la oscuridad penetraba en sus pulmones. Si se movía para salir a flote sus músculos se cansaban antes de la primera brazada. Cuanto más intentaba salvarse más se hundía. Pero más se fortalecía. Sus huesos, sus venas, su piel, su carne se hacía metal. Y cuando dio otra brazada hizo un gran esfuerzo, pero no acabó extenuada. Se movía. Ascendía. Vio algo de luz que atravesaba la densidad negra y fue hacia ella, su cuerpo ardiendo, deseando una bocanada de aire.
Salió a flote.
Abrió los ojos.
Su vista tardó en acostumbrarse a la luz, pero cuando lo hizo, vio que estaba en una habitación de hospital. Su cuerpo estaba cubierto por sábanas blancas. Las paredes eran blancas y la puerta era blanca. A su izquierda, oyó los inconfundibles pitidos del aparato que monitorizaba sus constantes vitales. Al desviar la vista a la derecha, vio en las sillas destinadas a las visitas unos zapatos y unos pantalones, por eso intentó mover el cuello para ver a la persona que llevaba esas prendas.
Sintió el fuego consumiendo sus entrañas. Reduciéndola a cenizas. Quiso gritar. No pudo. No movió la cabeza; era mejor quedarse inmóvil.
- Eres muy fuerte, Katherine- dijo esa persona. Su voz tenía un acento extraño que le resultaba imposible de identificar.- Pero aún estás débil. Sería mejor que no te movieras ni hablases.
Estuvo en silencio un rato.
- Tu amiga murió. Su padre también, claro. Pero tú estabas más cerca de la bomba que ella, por eso no deberías estar viva.
Katy sabía que tenía que sentirse mal. Llorar. Pero no podía.
- Puedes intentar llevar una vida normal. Pero el que puso la bomba irá a por ti, y tú misma eres especial. Nos veremos de nuevo, Katherine Rogers.
Notó que se levantaba, pero no lo vio, porque sus párpados empezaban a cerrarse.
Ese sueño fue menos agitado.
- ¡Aaah! ¿Por qué estoy así? ¡Quitádmelo!
Cuatro días después, Katy había empezado a hacer pequeños movimientos y a comer por la boca. Poco antes, un médico le había ofrecido mirarse al espejo. “Las quemaduras eran horribles, pero los transplantes de piel marchan bien”, había dicho. Katy había aceptado. Por desgracia.
Su piel tenía un asqueroso color rosado. Aquí y allá se extendían algunas manchas de un color más sano. Pero no, eso no era lo peor. En muchas zonas la carne estaba hundida, y en el centro, una línea plateada de metal reptaba por la cicatriz. Moviendo el espejo vio que el metal formaba una red irregular por la parte frontal de su cuerpo, la que había estado expuesta a la bomba.
- Katherine… La bomba… El metal derretido del explosivo cayó sobre ti. No podemos quitarlo. Te provocaría daños irreparables.
- Entonces no podré moverme…
- Ese hombre que vino hizo algunas cosas… No sé cómo, pero articuló el metal. Podrás moverte bien.
Le dieron el alta tras una semana. Sus padres la recogieron en el coche. No podía mirarles a la cara. Estaba mutilada, manchada. Era una abominación. Sam era un cadáver…
Empezó a llorar. Las lágrimas caían sobre sus pantalones.
- Tranquila, Katy- le dijo su madre.- Estás viva, y es lo que importa.
No respondió.
Cuando llegaron a casa, ella fue a su habitación, se encerró, se desnudó y se miró en el espejo de cuerpo entero de su armario. Su piel ya se había recuperado, pero eso solo hacía que el metal y las cicatrices de su alrededor destacaran más. Un trozo de metal partía en dos uno de sus pechos. Otro se metía en su cuero cabelludo… Era horrible.
Intentó apartar su vista del reflejo, pero no pudo. Se quedó allí, mirando sus propios restos. Apenas oyó a su madre decir que tenía visita. Y no lo comprendió hasta que oyó a alguien llamando a su puerta.
- ¿Se puede?- preguntó una suave y sedosa voz.
Katy no respondió hasta que recordó esa voz y ese acento. Se vistió apresuradamente y abrió.
Al otro lado estaba un hombre alto y rubio. Iba vestido con un anticuado gabán color azul oscuro.
- Buenas tardes, Katy.
- Usted es el que habló conmigo en el hospital.
- Es bueno que lo recuerdes. No deberías.
- Por… Por su culpa estoy viva.
- ¿Por mi culpa? ¿No me lo agradeces?
- Mírame. So un resto monstruoso.
- Todos somos monstruos, Katy. Hasta la mujer más bella del mundo oculta deformidades en su interior, maldades, sombras. Que no se vean no quiere decir que no las haya.
Katy volvió a llorar.
- Pero… ¡soy horrorosa! ¡Mi mejor amiga ha muerto!
- Lo que temía… Te entristece. Te está manipulando para que te suicides.
Katy alzó la vista y le miró.
- ¿Qué…?
- Si lo que te apena es tu aspecto…
Se tocó la clavícula. Su cara se fue transformando y su pelo, desapareciendo, hasta que solo quedó acero gris oscuro, liso, con dos lentes oscuras por ojos.
- ¿Qué eres?
- Una abominación, como tú. Debajo de esta máscara hay una gangrena que debo contener. No me la puedo quitar, o desaparecería- se sacó los guantes.- Mira mis manos.
Eran casi piel sobre huesos. Piel amarilla. Aquí y allá había bultos irregulares, y de algunos de ellos salían mecanismos.
- En el mundo en que acabas de entrar todos somos abominaciones. No hay norma. Dicho esto, vayamos a lo importante. ¿Sabes por qué estalló esa bomba?
- Ese hombre fue mafioso…
- No. Bueno, podría ser, pero eso implicaría que soy tonto, y no lo creo. Ha puesto esa bomba por algo que esa familia tenía en su sótano. Lo quiere robar, y no es muy conveniente que lo haga. La bomba era para que nadie lo echara en falta. Pero tú has sobrevivido, y ahora quiere que mueras. Quiere matarte.
- Pero…
- ¿Quieres morir? Bueno, no me extraña. Pero si me ayudas descubrirás la causa de tu muerte. Lo cual está muy bien. Debe ser horrible que tu último pensamiento sea: “¿Por qué?” Bueno, piénsalo. Volveré el sábado.
Salió por la puerta tras tocarse la clavícula de nuevo.
1. Detonada
La sala era blanca. Flotaba. Ardía. No podía moverse.
Se había levantado con la certeza de que algo malo iba a pasar. Sin embargo, ese día parecía normal. Katy Rogers fue al instituto como cualquier día y tras ello comió. Después fue a casa de su amiga Samantha, Sam, para hacer un trabajo. Era sabido de todos que el padre de esa chica había sido mafioso, pero se había alejado de ese mundo. Había pagado multas. Saldado sus deudas. Devuelto favores.
Ese día Katy descubrió que no fue así.
Mientras hacían el trabajo, llamaron a la puerta. Sam fue a ver quién era. Katy la siguió. El padre abrió la puerta. Era el cartero, con un paquete. El ex-mafioso lo cogió y fue al salón. Las chicas le siguieron. Entonces el hombre gritó algo y tiró el paquete al suelo.
El piso neoyorquino explotó.
Se ahogaba en un líquido negro, denso. Si intentaba gritar la oscuridad penetraba en sus pulmones. Si se movía para salir a flote sus músculos se cansaban antes de la primera brazada. Cuanto más intentaba salvarse más se hundía. Pero más se fortalecía. Sus huesos, sus venas, su piel, su carne se hacía metal. Y cuando dio otra brazada hizo un gran esfuerzo, pero no acabó extenuada. Se movía. Ascendía. Vio algo de luz que atravesaba la densidad negra y fue hacia ella, su cuerpo ardiendo, deseando una bocanada de aire.
Salió a flote.
Abrió los ojos.
Su vista tardó en acostumbrarse a la luz, pero cuando lo hizo, vio que estaba en una habitación de hospital. Su cuerpo estaba cubierto por sábanas blancas. Las paredes eran blancas y la puerta era blanca. A su izquierda, oyó los inconfundibles pitidos del aparato que monitorizaba sus constantes vitales. Al desviar la vista a la derecha, vio en las sillas destinadas a las visitas unos zapatos y unos pantalones, por eso intentó mover el cuello para ver a la persona que llevaba esas prendas.
Sintió el fuego consumiendo sus entrañas. Reduciéndola a cenizas. Quiso gritar. No pudo. No movió la cabeza; era mejor quedarse inmóvil.
- Eres muy fuerte, Katherine- dijo esa persona. Su voz tenía un acento extraño que le resultaba imposible de identificar.- Pero aún estás débil. Sería mejor que no te movieras ni hablases.
Estuvo en silencio un rato.
- Tu amiga murió. Su padre también, claro. Pero tú estabas más cerca de la bomba que ella, por eso no deberías estar viva.
Katy sabía que tenía que sentirse mal. Llorar. Pero no podía.
- Puedes intentar llevar una vida normal. Pero el que puso la bomba irá a por ti, y tú misma eres especial. Nos veremos de nuevo, Katherine Rogers.
Notó que se levantaba, pero no lo vio, porque sus párpados empezaban a cerrarse.
Ese sueño fue menos agitado.
- ¡Aaah! ¿Por qué estoy así? ¡Quitádmelo!
Cuatro días después, Katy había empezado a hacer pequeños movimientos y a comer por la boca. Poco antes, un médico le había ofrecido mirarse al espejo. “Las quemaduras eran horribles, pero los transplantes de piel marchan bien”, había dicho. Katy había aceptado. Por desgracia.
Su piel tenía un asqueroso color rosado. Aquí y allá se extendían algunas manchas de un color más sano. Pero no, eso no era lo peor. En muchas zonas la carne estaba hundida, y en el centro, una línea plateada de metal reptaba por la cicatriz. Moviendo el espejo vio que el metal formaba una red irregular por la parte frontal de su cuerpo, la que había estado expuesta a la bomba.
- Katherine… La bomba… El metal derretido del explosivo cayó sobre ti. No podemos quitarlo. Te provocaría daños irreparables.
- Entonces no podré moverme…
- Ese hombre que vino hizo algunas cosas… No sé cómo, pero articuló el metal. Podrás moverte bien.
Le dieron el alta tras una semana. Sus padres la recogieron en el coche. No podía mirarles a la cara. Estaba mutilada, manchada. Era una abominación. Sam era un cadáver…
Empezó a llorar. Las lágrimas caían sobre sus pantalones.
- Tranquila, Katy- le dijo su madre.- Estás viva, y es lo que importa.
No respondió.
Cuando llegaron a casa, ella fue a su habitación, se encerró, se desnudó y se miró en el espejo de cuerpo entero de su armario. Su piel ya se había recuperado, pero eso solo hacía que el metal y las cicatrices de su alrededor destacaran más. Un trozo de metal partía en dos uno de sus pechos. Otro se metía en su cuero cabelludo… Era horrible.
Intentó apartar su vista del reflejo, pero no pudo. Se quedó allí, mirando sus propios restos. Apenas oyó a su madre decir que tenía visita. Y no lo comprendió hasta que oyó a alguien llamando a su puerta.
- ¿Se puede?- preguntó una suave y sedosa voz.
Katy no respondió hasta que recordó esa voz y ese acento. Se vistió apresuradamente y abrió.
Al otro lado estaba un hombre alto y rubio. Iba vestido con un anticuado gabán color azul oscuro.
- Buenas tardes, Katy.
- Usted es el que habló conmigo en el hospital.
- Es bueno que lo recuerdes. No deberías.
- Por… Por su culpa estoy viva.
- ¿Por mi culpa? ¿No me lo agradeces?
- Mírame. So un resto monstruoso.
- Todos somos monstruos, Katy. Hasta la mujer más bella del mundo oculta deformidades en su interior, maldades, sombras. Que no se vean no quiere decir que no las haya.
Katy volvió a llorar.
- Pero… ¡soy horrorosa! ¡Mi mejor amiga ha muerto!
- Lo que temía… Te entristece. Te está manipulando para que te suicides.
Katy alzó la vista y le miró.
- ¿Qué…?
- Si lo que te apena es tu aspecto…
Se tocó la clavícula. Su cara se fue transformando y su pelo, desapareciendo, hasta que solo quedó acero gris oscuro, liso, con dos lentes oscuras por ojos.
- ¿Qué eres?
- Una abominación, como tú. Debajo de esta máscara hay una gangrena que debo contener. No me la puedo quitar, o desaparecería- se sacó los guantes.- Mira mis manos.
Eran casi piel sobre huesos. Piel amarilla. Aquí y allá había bultos irregulares, y de algunos de ellos salían mecanismos.
- En el mundo en que acabas de entrar todos somos abominaciones. No hay norma. Dicho esto, vayamos a lo importante. ¿Sabes por qué estalló esa bomba?
- Ese hombre fue mafioso…
- No. Bueno, podría ser, pero eso implicaría que soy tonto, y no lo creo. Ha puesto esa bomba por algo que esa familia tenía en su sótano. Lo quiere robar, y no es muy conveniente que lo haga. La bomba era para que nadie lo echara en falta. Pero tú has sobrevivido, y ahora quiere que mueras. Quiere matarte.
- Pero…
- ¿Quieres morir? Bueno, no me extraña. Pero si me ayudas descubrirás la causa de tu muerte. Lo cual está muy bien. Debe ser horrible que tu último pensamiento sea: “¿Por qué?” Bueno, piénsalo. Volveré el sábado.
Salió por la puerta tras tocarse la clavícula de nuevo.