Nachoius
Caminante del cielo
Los días de verano pasan más lento al norte de Malvalona, el clima cada año es más árido, parece como si el desierto tuviese vida propia extendiéndose poco a poco a través del cada vez más escaso follaje de la ruta 111, siempre que voy a las dunas en esta época del año me recuerda al día en que vi por primera vez a Sandy hurgueteando entre la arena, buscando quizás que cosa con sus pequeñas garras, su piel dorada brillando como el sol en el cenit del mediodía y su mirada profunda y perdida entre el mar de arena. En esos tiempos el clima era mucho más benevolente, y yo era mucho más ingenuo de lo que aún soy, se podría decir que prácticamente en ese entonces, cualquiera podía ir de excursión por las tardes en busca de fósiles para pasar el hastío y el aburrimiento de la ciudad, y así sacar más de una aventura para contar al atardecer de vuelta a casa. Ir al desierto siempre me ha generado una atracción magnética, cada vez que me sitúo ahí, me pregunto que habrá más allá de ese horizonte lleno de espejismos, donde lo poco que puedes ver se reduce aún más con el cierre de tus párpados ante el brillo solar que cae sobre tu caliente cabeza.
La tormenta llegó inesperadamente hace unos años a la ruta y las gafas no son un elemento del que puedas prescindir a la hora de tratar de adentrarse a las insinuadas dunas, ya no se ven personas como antes en el lugar, los ancianos de los alrededores dicen haber visto últimamente extraños sucesos en la zona, por su parte los más escépticos afirman que no sería más que una que otra alucinación producto del sol y la sequedad que no descansan, “son espejismos, pequeños ensueños lúcidos que hacen ver cosas que no son, es natural” “algo raro se oculta allí y no deseo saber que es” se escucha a veces en las conversaciones ajenas, cada vez más concurrentes en la plaza de la ciudad, todo eso más que ahuyentarme me ha llevado a la fiel convicción de explorar los misterios que puedan ocultarse entre el calor y las dunas de la extensa pampa, y de ese modo quién sabe si al final encontrar algo inesperado. Sinceramente Sandy y yo estamos muy emocionados con el tema, y no es que la paciencia sea nuestra mejor virtud, así que ya no aguantamos más, y hemos decido volver a revivir las viejas aventuras e ir al lugar una vez más, pero esta vez nuestro objetivo será tratar de averiguar cuáles son los motivos del porque se está generando el siniestro de arena en el área. De la tormenta se habla cotidianamente en Malvalona, pero de sus orígenes poco se sabe, la gente dice que no faltan los inescrupulosos que desean aventurarse sin medir las consecuencias y terminan perdiéndose, al final teniendo que ser rescatados por la policía local, poniendo en peligro a todos por acciones irresponsables de su parte. Es cierto, bien Sandy y yo lo sabemos que un grano de arena por sí sólo quizás es inofensivo, pero cientos de miles de ellos girando alrededor tuyo a una velocidad avasalladora te lleva a pensar que un gran tornado de una bandada de Pidgey se parece más a una pequeña brisa de aire que a cualquier otra cosa.
La llanura del norte crece día a día, se expande con el viento, y la tormenta no cesa. En las noches si se va al lago, fuera del ruido la ciudad, a veces se puede escuchar un sonido profundo, continuo y lejano, que te deja con la sensación de como si los remolinos de polvo se estuvieran acercando poco a poco, sigilosos para alcanzarte algún día y hacerte desaparecer en la inmensidad de las amarillentas dunas arenosas. No hace mucho con Sandy decidimos subir al roquerio más allá de donde termina el lago, el camino es empinado, pero si logras subir, llegando hacia el final se puede tener una vista inigualable de la montaña infinita hacia el norte, con el árido desierto mostrándose en plenitud, su vastedad dejaba perplejo a cualquiera, hoy ya no se ven esos paisajes por Malvalona, el polvo lo ha cubierto todo, incluso la montaña, ya solo nos queda más que arena y viento.
Bueno hablemos un poco de Malvalona y su gente, al norte la ciudad limita con el infinito desierto de la ruta 111, el paso por allí no está permitido para nadie, desde que llegó la tormenta las cosas se han tornado un poco más difíciles por estos lados, teniendo los viajeros que tomar mayores resguardos a la hora de aventurarse por estas tierras. Por el oeste da con la ruta 117 que nos guía hacía el pueblo Lavacalda, famoso por sus aguas termales, el cual está al los pies del Monte más conocido en la región, el imponente Monte Cenizo, se dice que este se puede ver desde cualquier lugar en Hoenn, inspirando a más de un montañero audaz a escalar sus insinuadas cimas. En cuanto al este, es la manera más rápida de llegar al mar, la corta ruta 118 atrae a pescadores de todos los alrededores, ya que esta es la parte donde el caudaloso e inexplorado río del norte desemboca hacia el océano, pudiéndose ver en determinadas situaciones Pokemones acuáticos, quizás extraviados por la corriente, que no frecuentan habitar en las heladas aguas saladas, que a esa altura ya se tornan más marinas que de agua interior. Finalmente, al sur tenemos la ruta de bicis, bicis que en cierto modo dan algo de fama a esta ciudad, porque si algo es claro, es que las de Anacleto deben ser las mejores de por estos lados, con todo la ciudad parece ser más bien pacífica, con que algún u otro problema de vez en cuando con el suministro de energía, debido a la cercanía de la urbe con la planta eléctrica, pero en general la vida es muy tranquila como toda ciudad pequeña.
Malvalona es la última gran ciudad antes de llegar al Monte Cenizo por el sur, debido a esto es muy frecuentada por turistas y aventureros que se detienen como una de sus últimas paradas, para recargar provisiones y energías, antes de dirigirse a la cumbre más alta de Hoenn, hace ya no unas semanas se vio a un gran grupo de hombres llegar al a ciudad, más bien eran de cuerpo macizo, y con una actitud decidida a logar la cima, llegaron cuando el arrebol alcanza su máximo esplendor por las tardes, y a la mañana siguiente ya no había rastro de sus presencias, creo que pude divisar con ellos un par de Geodudes, pero no estoy del todo seguro. Al igual que aquellos viajeros he decido que ya es momento de partir, el día se está agotando, y el sol cae lentamente por la ventana, Sandy tiene una mirada intensa, se ve muy intrigado, quizás tenga las mismas preguntas que yo, sin duda mañana será un gran día.
La tormenta llegó inesperadamente hace unos años a la ruta y las gafas no son un elemento del que puedas prescindir a la hora de tratar de adentrarse a las insinuadas dunas, ya no se ven personas como antes en el lugar, los ancianos de los alrededores dicen haber visto últimamente extraños sucesos en la zona, por su parte los más escépticos afirman que no sería más que una que otra alucinación producto del sol y la sequedad que no descansan, “son espejismos, pequeños ensueños lúcidos que hacen ver cosas que no son, es natural” “algo raro se oculta allí y no deseo saber que es” se escucha a veces en las conversaciones ajenas, cada vez más concurrentes en la plaza de la ciudad, todo eso más que ahuyentarme me ha llevado a la fiel convicción de explorar los misterios que puedan ocultarse entre el calor y las dunas de la extensa pampa, y de ese modo quién sabe si al final encontrar algo inesperado. Sinceramente Sandy y yo estamos muy emocionados con el tema, y no es que la paciencia sea nuestra mejor virtud, así que ya no aguantamos más, y hemos decido volver a revivir las viejas aventuras e ir al lugar una vez más, pero esta vez nuestro objetivo será tratar de averiguar cuáles son los motivos del porque se está generando el siniestro de arena en el área. De la tormenta se habla cotidianamente en Malvalona, pero de sus orígenes poco se sabe, la gente dice que no faltan los inescrupulosos que desean aventurarse sin medir las consecuencias y terminan perdiéndose, al final teniendo que ser rescatados por la policía local, poniendo en peligro a todos por acciones irresponsables de su parte. Es cierto, bien Sandy y yo lo sabemos que un grano de arena por sí sólo quizás es inofensivo, pero cientos de miles de ellos girando alrededor tuyo a una velocidad avasalladora te lleva a pensar que un gran tornado de una bandada de Pidgey se parece más a una pequeña brisa de aire que a cualquier otra cosa.
La llanura del norte crece día a día, se expande con el viento, y la tormenta no cesa. En las noches si se va al lago, fuera del ruido la ciudad, a veces se puede escuchar un sonido profundo, continuo y lejano, que te deja con la sensación de como si los remolinos de polvo se estuvieran acercando poco a poco, sigilosos para alcanzarte algún día y hacerte desaparecer en la inmensidad de las amarillentas dunas arenosas. No hace mucho con Sandy decidimos subir al roquerio más allá de donde termina el lago, el camino es empinado, pero si logras subir, llegando hacia el final se puede tener una vista inigualable de la montaña infinita hacia el norte, con el árido desierto mostrándose en plenitud, su vastedad dejaba perplejo a cualquiera, hoy ya no se ven esos paisajes por Malvalona, el polvo lo ha cubierto todo, incluso la montaña, ya solo nos queda más que arena y viento.
Bueno hablemos un poco de Malvalona y su gente, al norte la ciudad limita con el infinito desierto de la ruta 111, el paso por allí no está permitido para nadie, desde que llegó la tormenta las cosas se han tornado un poco más difíciles por estos lados, teniendo los viajeros que tomar mayores resguardos a la hora de aventurarse por estas tierras. Por el oeste da con la ruta 117 que nos guía hacía el pueblo Lavacalda, famoso por sus aguas termales, el cual está al los pies del Monte más conocido en la región, el imponente Monte Cenizo, se dice que este se puede ver desde cualquier lugar en Hoenn, inspirando a más de un montañero audaz a escalar sus insinuadas cimas. En cuanto al este, es la manera más rápida de llegar al mar, la corta ruta 118 atrae a pescadores de todos los alrededores, ya que esta es la parte donde el caudaloso e inexplorado río del norte desemboca hacia el océano, pudiéndose ver en determinadas situaciones Pokemones acuáticos, quizás extraviados por la corriente, que no frecuentan habitar en las heladas aguas saladas, que a esa altura ya se tornan más marinas que de agua interior. Finalmente, al sur tenemos la ruta de bicis, bicis que en cierto modo dan algo de fama a esta ciudad, porque si algo es claro, es que las de Anacleto deben ser las mejores de por estos lados, con todo la ciudad parece ser más bien pacífica, con que algún u otro problema de vez en cuando con el suministro de energía, debido a la cercanía de la urbe con la planta eléctrica, pero en general la vida es muy tranquila como toda ciudad pequeña.
Malvalona es la última gran ciudad antes de llegar al Monte Cenizo por el sur, debido a esto es muy frecuentada por turistas y aventureros que se detienen como una de sus últimas paradas, para recargar provisiones y energías, antes de dirigirse a la cumbre más alta de Hoenn, hace ya no unas semanas se vio a un gran grupo de hombres llegar al a ciudad, más bien eran de cuerpo macizo, y con una actitud decidida a logar la cima, llegaron cuando el arrebol alcanza su máximo esplendor por las tardes, y a la mañana siguiente ya no había rastro de sus presencias, creo que pude divisar con ellos un par de Geodudes, pero no estoy del todo seguro. Al igual que aquellos viajeros he decido que ya es momento de partir, el día se está agotando, y el sol cae lentamente por la ventana, Sandy tiene una mirada intensa, se ve muy intrigado, quizás tenga las mismas preguntas que yo, sin duda mañana será un gran día.
¡Esquívalo Sandy!, eso es, vamos la victoria está cerca. ¡Ahora ataque arena, y luego termínalo con un arañazo! Bien otra victoria para nosotros, estuviste genial, cada vez mejoramos más, con suerte de aquí en un tiempo… ¡nadie nos parará! Luego de la cansadora batalla con Marowak, decidimos proseguir nuestro viaje hacia en dirección al norte, ¿próximo destino?: las dunas.
El desierto se siente venir poco a poco, las brisas cada vez son más polvorientas. Todo buen conocedor de Malvalona y sus alrededores sabe que más allá del lago, la vegetación empieza a escasear y los verdes se tornan al café pálido gradualmente. El paisaje está cambiando, pero a Sandy no parece molestarle mucho la arena. Unos kilómetros más allá, cuando lo único que tienes en tu entorno es el áspero soplo de los granos de arena, avanzar sin gafas y sin la protección adecuada no es una opción válida. Se dice que la tormenta está creciendo en tamaño e intensidad, más adelante la visibilidad será nula y cualquier paso en falso podría significar el fin. Habrá que ser precavidos, por suerte nuestras raciones de agua están en perfecto estado. Mientras avanzamos el camino parece ensancharse y el horizonte se torna más difuso y homogéneo, con un poco de suerte y a ritmo constante deberíamos estar a unos dos días de caminata, el sol no deja de brillar.
Con Sandy nos hemos puesto en marcha muy temprano por la mañana, antes de que el sol empiece a quemar nuestros resecos rostros con sus rayos matutinos, elevando así las temperaturas a niveles no muy gratos, si hay algo que detesto con su llegada, es la mala compañía de los mosquitos. La caminata ya lleva un par de horas, está amanecido y no hay nada nuevo en la sequedad del paisaje bajo la ruta 111, nuestras ganas están intactas, cada minuto que transcurre es un paso más hacia nuestro objetivo. Al paso de las horas creemos haber divisado los primeros arenales que marcan la entrada a lo que luego serán kilómetros y kilómetros bañados de hermosas tonalidades que solo estas llanuras pueden brindarte. Fue entonces cuando recordé las esclarecedoras palabras del posadero que habita a los pies del lago “más allá de las primeras colinas, los paisajes se pierden, y los tonos se mezclan en un solo cuerpo, acabando con los diversos matices de las llanuras colindantes, la tormenta se vuelve total, una vez dentro ya no hay vuelta atrás, esta será tu señal” Nuestro momento había llegado.
Recuerdo que esa tarde nos ocurrió un suceso que no esperábamos del todo, o quizás siempre presentimos que una situación así nos podría llegar a pasar, después de todo nos encontramos ad portas de lo que habíamos estado planeando hace mucho tiempo ya. Los peligros suelen estar ahí, cuando menos se esperan. La pasión a veces nubla el lado racional de los hombres, dejándolos actuar premeditadamente, pero también lleva a gestar las más grandes acciones. Quizás si ese día hubiéramos atendido a la razón más que a nuestros corazones, nuestra aventura no hubiera empezado de un modo tan estrepitoso.
La tierra se estremeció de un golpe súbito, y la polvareda como si fuera poca, se acrecentó más aún, de un momento a otro nos vimos rodeados de nada más que pequeñas partículas de arena, sin saber qué hacer. Fue en ese momento en que apreció, su figura era de varios metros de alto, calculé que tendría unos doce metros aproximadamente, el polvo intervenía en nuestra visión, su forma era definida, pero su aspecto aún yacía camuflado bajo el espesor del remolino que giraba a nuestro alrededor, dejando para nuestras miradas la sola expectación de una gran silueta negra difuminada por la nube de polvo tóxica. Estábamos atónitos, jamás habíamos visto criatura de ese tamaño frente a nuestros ojos. Junto a Sandy decidimos que lo mejor era esperar, en este momento nuestra posición no era de las mejores, claramente no estábamos en presencia de alguna ventaja de ningún tipo. Ya llegaría nuestra oportunidad, y en ese momento arremeteríamos contra el enemigo. Quizás lo más sensato habría sido no haber realizado ningún movimiento extraño e imprudente que alertara a lo que fuera que estuviese detrás de la tormenta, pero no fue así. En un corto instante pude divisar a través de mis gafas otra figura al lado de esta, mucho más pequeña y que cada vez se acercaba más, poco a poco la situación se volvía más tensa, entonces decidimos actuar, arremeteríamos primero contra la pequeña figura, luego se nos ocurriría que hacer con la restante. No esperamos más Sandy se abalanzó contra el enemigo, pero nada resultó como esperábamos, en el preciso segundo que este lanzó su mejor ataque entre los remolinos de arena, la tormenta cesó de golpe, bloqueando en el acto de esta forma la silueta más grande a la pequeña, revelando lo que había estado oculto bajo la arena hasta ese entonces.
Estaba extrañado, los Steelixs no suelen vivir en más que en las profundidades de las cuevas, y raramente se adentran hacia las pampas, no siendo de carácter territoriales, excepcionalmente incumbiéndose con humanos. Dudé unos segundo pero Sandy parecía entenderlo mucho mejor que yo, su actitud había cambiado, y se notaba mucho menos tenso, hasta relajado. Me miró con una mirada de complicidad, y luego lo entendí. La nube de polvo se calmó por completo, y entre las arenas se reveló.
Áaron era un montañero proveniente de la región de Kanto, más precisamente de las cercanías del Túnel Roca, era parte del grupo que se había hospedado en Malvalona ya hacia algunas semanas, su objetivo era conquistar el Monte Cenizo con su fiel Steelix e ir en busca de aventuras. Nada especial para un montañero experimentado como aquel, que solo “quería cambiar un poco de aire, y ver con mis propios ojos que tan cierta era la fama que le precedía al Volcán”. Su última peripecia databa de hace unos años atrás, cuando decidió en un solitario viaje, escalar el Monte Plateado tan solo con unas pocas herramientas y su incansable compañero, lamentablemente debiendo ser cancelada por las malas condiciones climáticas que afectaban a la región por esos días. Toda una decepción según sus propias palabras. Este no era el típico montañero de corpulento aspecto y torpes movimientos. Áaron era todo lo contrario, ágil e intrépido al momento de escalar y atravesar el obstáculo que se le interpusiese, pero por lo general era más bien un tipo calmo, de no mucha palabra, con una mirada profunda y algo gastada, quizás por el paso de los años y las excursiones. Luego de su exitosa campaña en dirección al monte Cenizo, se había, al igual que nosotros, decidido por emprender camino hacia el desierto, motivado por los rumores de la tormenta e intrigado por saber más de lo que acontecía en éste inhóspito lugar.
Ya llevaba algún tiempo vagando por las dunas, inspeccionando grano por grano, tratando de encontrar algún indicio, alguna piedra preciosa, un objeto olvidado de antaño o quizás algún artefacto misterioso que explicara lo acontecido en aquel lugar. Pero sus esfuerzos eran en vano. Lo que no sabía Áaron es que por más que buscara, no encontraría nada, sus cálculos aritméticos estaban errados. ¡Claro cómo olvidarlo!, este tenía una gran afición por las ciencias numéricas, desde pequeño siempre le habían interesado, y en sus pasatiempos se dedicaba a calcular las distancias de los astros y sus posiciones, las cuales luego usaba como mapa para guiarse solo usando el cielo nocturno. En base a los testimonios que había logrado reunir, y usando complejas fórmulas matemáticas, que implicaban el movimiento de las primeras estrellas que aparecían en el firmamento, al ocultarse el sol. Había podido determinar la posición exacta de donde se habían visto por primera vez los remolinos al norte de la ruta 111. Pero un descuido en la redacción de las fórmulas, agregado a los falsos testimonios que le habían otorgado algunos malintencionados lugareños del pueblo Lavacalda, llevaron a Áaron a calcular la posición de los remolinos unos cien kilómetros al norte de donde se inician las grandes dunas, en la entrada del desierto. Siendo que la real ubicación estaría a unos sesenta y dos kilómetros más al noreste del punto que él había calculado. Todo esto sumado, a la escasa visibilidad por el incremento de las tormentas, llevó a nuestro, por ahora recién conocido amigo, a no poder confirmar la veracidad entre la descripción del paraje entregado por los testimonios y el paraje real, el cual estaba oculto ante los ojos de tal convencido montañero, producto de la polvareda. Además que, como todo hombre de ciencia, no daría su brazo a torcer por unas poco confiables palabras de sabe quien qué personas, ante sus irrefutables pruebas científicas, las cuales concluían que ese era el lugar correcto. Por su puesto, la ciencia estaba primero. Las estrellas no mienten dijo con una voz firme y ensimismada.
Pero nuestro sentimiento, no se guiaba ni por razones científicas, ni por fórmulas matemáticas, ni por mucho menos las brillantes estrellas a millones años luz de distancia. Lo nuestro transcendía a todo eso. Sin poder explicarlo, pero con la misma o quizás aún mayor convicción que la de nuestro contendor, presentíamos que ese no era el lugar indicado. Quizás nuestras pruebas no tenían el rigor científico que respaldaban las ecuaciones de Áaron, pero si eran codificables mediante un lenguaje mucho más simple: el sentido común. Era autoevidente que el origen de nuestra, aún pequeña aventura, no podría encontrarse entre tan solo remolinos esporádicos y la bastedad del desértico paisaje. Eso sumado a la tormenta que elevaba capas y capas de polvo asfixiante, sin ninguna referencia alguna, o mayor indicio que pudiera alertar a nuestros sentidos, que llevaran a concluir que algo raro estuviera sucediendo en el ambiente. No, definitivamente este no era el lugar, debía haber otro más allá de las dunas donde se explicara el origen del misterio. Era indudable que el montañero había perdido la orientación en algún que otro vaivén algebraico. Sin embargo lo que nunca estuvo en duda, eran la gran habilidad de Áaron para moverse en el lugar que estuviera, con tan solo observar las estrellas tintineando. Según él, esto se debía a que en una de sus tantas aventuras se había hecho de amistades de marinero proveniente de un famoso crucero, llamado St Anne, que cada cierto tiempo zarpaba para recorrer los mares el mundo. A bordo de este singular barco aprendió las artes de la navegación astral, pudiendo aplicarla en cualquier escenario donde hubiera un cielo despejado que avistar. ¡Y que mejor lugar que el desierto, donde las estrellas se ven a plenitud!
Luego de la ardua búsqueda sin resultados durante el día, sin dejar de afirmar que sus cálculos no podrían estar equivocados, Áaron optó por el hecho de que sería bueno explorar los alrededores bajo el manto de las estrellas, ya que estas actuarían como brújulas y sería imposible extraviarnos. Era nuestra oportunidad para demostrarle que sus cálculos de alguna u otra manera estaban equivocados, y que el lugar que tanto buscábamos, no yacía bajo los cerros que él creía. La temperatura ha descendido diametralmente, el problema ya no son los incandescentes rayos solares del día, la situación por las noches es distinta, pudiendo llegar la temperatura hasta menos de 0° grados centígrados en los meses más gélidos del año. Por suerte Steelix nos protege del viento y la tormenta, podemos avanzar tranquilamente. Ya llevamos más de tres horas de caminata, y el cansancio se está empezando a notar, el sueño cada es vez más agobiante. Al rato tenemos la impresión de que nuestros intentos han sido lo suficientemente arduos, pero nuestra recompensa a sido nula. Los ánimos decaen y las fuerzas también, nuestro compañero de viaje ha pensado que si esto sigue así, lo mejor será continuar al día siguiente, ya que si bien la única manera de no extraviarse con seguridad en la inmensa pampa es de noche, esta no permite tener la visibilidad adecuada que nosotros desearíamos, obstaculizando todo proceso de búsqueda.
Ahí fue cuando Sandy la divisó entre las arenas, una pequeña pero intensa luz emitida desde lo lejos entre la oscuridad del paisaje, no cabía duda, era nuestra señal, estamos cerca, más cerca que nunca, de pronto recuperamos energías y emprendimos camino. Áaron no podía comprenderlo, días antes había vagado por aquel lugar, sin encontrar nada. Estaba claro que la clave de todo era la luz lunar que recaía en aquel lugar, brindando ese peculiar brillo.
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